sexta-feira, 23 de agosto de 2013

Ode a Walt Whitman - García Lorca







FEDERICO GARCÍA LORCA


ODA A WALT WHITMAN [1933]

Ode a Walt Whitman


[em: O Poeta em Nova York, 1940]

Através do East River e do Bronx
os rapazes cantavam mostrando suas cinturas,
com a roda, o azeite, o couro, e o martelo
Noventa mil mineiros extraíam prata das rochas
e os garotos desenhavam escadas e perspectivas.

Mas ninguém dormia,
ninguém queria ser o rio,
ninguém amava as folhas grandes,
ninguém a língua azul da praia.

Através do East River e do Queensborough
os rapazes lutavam com a indústria,
e os judeus vendiam ao fauno do rio
a rosa da circuncisão
e o céu desembocava pelas pontes e telhados
manadas de bisontes empurradas pelo vento.

Mas ninguém se detinha,
ninguém queria ser nuvem,
ninguém buscava os fetos
nem a roda amarela do tamboril.

Quando a lua saía,
as roldanas rodaram para derrubar o céu;
um limite de agulhas cercara a memória
e os ataúdes levarão os que não trabalham.

Nova York de lama,
Nova York de espanto e de morte.
Que anjo levas oculto na face?
Que voz perfeita dirá as verdades do trigo?
Quem o sonho terrível de tuas anedotas manchadas?

Nem um só momento, velho e formoso Walt Whitman,
deixei de ver tua barba cheia de mariposas,
nem teus ombros de veludo gastados pela lua,
nem tuas coxas de Apolo Virginal,
nem tua voz como uma coluna de cinzas;
ancião formoso como a névoa
que gemia igual a um pássaro
com o sexo atravessado por uma agulha,
inimigo do sátiro, inimigo da vide
e amante dos corpos sob o tecido rude

Nem um só momento, formosura viril
que em montes de carvão, anúncios e ferrovias
sonhavas ser um rio e dormir como um rio
com aquele camarada que poria em teu peito
uma pequena dor de ignorante leopardo.

Nem um só momento, Adão de sangue, macho,
homem solitário no mar, velho formoso Walt Whitman
porque pelas açoteias, agrupados nos bares,
saindo em cachos dos esgotos,
tremendo entre as pernas dos chaffeurs
ou girando nas plataformas de absinto,
os maricas, Walt Whitman, te sonhavam.

Também esse ! Também! E despencam
sobre tua barba luminosa e casta,
louros do norte, negros da areia,
multidões de gritos e gestos,
semelhantes a gatos e serpentes,
os maricas, Walt Whitman, os maricas
turvos de lágrimas, carne para o açoite,
mostra a mordedura dos domadores.

Também esse! Também ! Dedos tingidos
apontam a borda de teu sonho
quando o amigo igual a tua maçã
com um leve sabor de gasolina
e o sol canta pelos umbigos
dos rapazes que jogam debaixo das pontes.

Mas tu não buscavas os olhos arranhados,
nem o pântano escuríssimo de onde submergem os garotos,
nem a saliva gelada,
nem as curvas feridas como pança de sapo
que levam os maricas em carros e terraços
enquanto a lua os açoita pelas esquinas do terror.

Tu buscavas um desnudo que fosse como um rio,
touro e sonho que junte a roda com a alga,
pai de tua agonia, camélia de tua morte,
e gemesse nas chamas de teu equador oculto.

Porque é justo que o homem não busque seu deleite
na selva de sangue da manhã seguinte.
O céu tem praias onde evitar a vida
e existem corpos que não devem se repetir na aurora.

Agonia, agonia, sonho, fermento e sonho.
Este é o mundo, amigo, agonia, agonia.
Os mortos se decompõem sob o relógio das cidades,
a guerra passa chorando com um milhão de ratazanas cinzentas,
os ricos dão às suas queridas
pequenos moribundos iluminados.
E a vida não é nobre, nem boa, nem sagrada.

Pode o homem, se quiser, conduzir seu desejo
por veia de coral ou celeste nudez.
Amanhã os amores serão rochas e o Tepo
uma brisa que vem adormecida pelos ramos.

Por isso não levanto minha voz, velho Walt Whitman
contra o garoto que escreve
o nome da garota em sua almofada,
nem contra o rapaz que se veste de noiva
na escuridão da rouparia,
nem contra os solitários dos cassinos
que bebem com asco a água da prostituição,
nem contra os homens de olhada verde
que amam o homem e queimas seus lábios em silêncio.

Mas sim contra vós, maricas das cidades,
de carne tumefacta e pensamento imundo,
mães de lodo, harpias, inimigos sem sonho
do Amor que reparte coroas de alegria.

Contra vós sempre, que dais aos rapazes
gotas de morte suja com amargo veneno.
Contra vós sempre,
Fadas da América do Norte,
Pássaros de Havana,
Podres do México,
Sarasas de Cádiz,
Touros de Sevilha,
Cancos de Madrid,
Flores de Alicante,
Adelaides de Portugal.

Maricas de todo o mundo, assassinos de pombas!
Escravos da mulher, putas de suas camas,
abertos nas praças com febre de abano
ou emboscadas rígidas paisagens de cicuta.

Não há abrigo! A morte
emana de vossos olhos
e agrupa flores cinzas nas beiras dos cílios.
Não há abrigo! Alerta!
Que os confundidos, os puros,
os clássicos, os assinalados, os suplicantes,
fecham para vós as portas do bacanal.

E tu, belo Walt Whitman, dorme às margens do Hudson,
com a barba até o pelo e as mãos abertas.
Argila branca ou neve, tua língua está chamando
camaradas que velem tua gazela sem corpo.
Dorme, não sobra nada.
Uma dança de muros agita as pradarias
e a América se afoga de máquinas e pranto.
Quero que o ar forte da noite mais funda
acalme flores e letras do arco onde dormes
e um garoto negro anuncie aos brancos do ouro
a chegada do reino da espiga.



Trad. livre : LdeM



ODA A WALT WHITMAN

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.

Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.

Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.


Uma translation para o english


Poeta em Nova York
na Wikisource








Nenhum comentário:

Postar um comentário